Los habitantes de Mongolia se dedicaron durante siglos casi exclusivamente a la caza y al pastoreo. Eran tribus nómadas que, para alimentar su ganado, recorrían las extensas praderas y las interminables llanuras de este territorio.
La vida nómada de los mongoles requería una vivienda adecuada para protegerse de las bajísimas temperaturas. Esta vivienda debía ser fácil de montar y de desmontar en poco tiempo, además de poder transportarse con facilidad a lomos de un caballo o de un camello. Todas estas condiciones son las que cumple la yurta, la tienda circular que este pueblo instalaba en sus constantes desplazamientos y que todavía hoy se sigue construyendo no solo en Mongolia, sino también en muchos otros países del mundo.
El tamaño de esas viviendas varia en función de el número de miembros que tenía la familia. Las más pequeñas medían unos 6 metros de diámetro, y las más grandes llegaban a los 40 metros. El interior estaba dividido por medio de cortinas, en diferentes zonas, y en el centro, coincidiendo con una abertura en lo alto de la yurta, se encendía la hoguera que servía para cocinar y también para dar luz y calor.
Aunque los materiales empleados en la yurta han ido variando a lo largo del tiempo, tradicionalmente se han utilizado la madera, para la construcción de la estructura, y las pieles de animales y tejidos de lana.
La palabra yurta, en la lengua de los mongoles, significa "trozo de tierra donde se vive" y es sinónimo de la palabra ger, nombre que prefieren los mongoles, y cuyo significado en ese idioma es "casa".
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